“Io Fu Già Quel Che Voi Sete: E Quel Chi Son Voi Ancor Sarete”. ¿Da qué pensar, no? Esta cita apareció en el último libro que leí, “Un día de perros” de Gilles Legardinier. Son de esas frases que captan tu atención, que te invitan a ser releídas y pensadas, y me interesé por su origen.

Narra la historia que esta cita descansa en la primera de las grandes basílicas construidas en Florencia, la de Santa María de Novella, grabada en un altar de mármol bajo el cual se ve un esqueleto yacente. Por encima de este esqueleto en el sarcófago, y formando parte de su composición artística se erige majestuosa “La Trinidad”, un fresco realizado por el pintor italiano renacentista Masaccio. La interpretación más habitual de la Trinidad es que la pintura enlaza con la ascensión hacia la salvación eterna, desde el esqueleto (símbolo de la muerte) hasta la Vida eterna (Dios Padre), pasando por la oración (los donantes), la intercesión de los santos (San Juan y la Virgen), y la redención (Cristo crucificado).

La lectura de esta cita me invitó a divagar en quiénes somos y cómo crecemos en base a quienes fueron y cómo han crecido nuestros padres, como no, en mi ámbito, en el de nuestra sexualidad. Y mi cabeza empezaba de nuevo a buscar la metáfora. ¿Podría yo comparar la interpretación de tan magna obra de arte de carácter religioso, con el intento de una burda, ingeniosa y personal comparativa con nuestro aprendizaje en el campo del sexo? Sobra añadir que no pretendo herir ninguna susceptibilidad relacionada con las creencias y la religión.

De alguna manera, decidí servirme de esta antigua advertencia, para hacerla valer como prolegómeno y sustento de la autocrítica y autorreflexión a la que hoy quiero invitarles, con el fin de atestiguar que la ascensión hacia la salvación eterna de nuestra vida sexual, desde el esqueleto (símbolo de la vanidad de nuestras estúpidas aspiraciones) hasta el placer eterno (en esta vida al menos), pase por la educación (nuestros profesores), la intercesión de los santos (benditos padres y madres) y la redención (la liberación de esta sociedad hipócrita que sigue vendiendo un sexo tóxico, frívolo si es reproductivo y libertino si es por placer).

La historia de la cita nada tiene que ver con el “aprendizaje” de manera literal. Sin embargo, yo tengo la sensación de que nunca veo del todo claro dónde están los límites del aprendizaje, ¿realmente existe algo con lo que el aprendizaje nada tenga que ver?

Ha sido este aprendizaje el culpable de que las mujeres finjan el orgasmo, que no se separen por miedo, que sean clitoridectomizadas, amenazadas, abusadas, violadas, secuestradas, víctimas del proxenetismo, vasallas de maridos que las denigran y pegan. Porque todas las mujeres y hombres compartimos algo en común: Nunca recibimos educación sexual, pero sí que la aprendimos. Sin saberlo la aprendimos de nuestros padres (los que jamás nos hablaron de sexo por placer, sino para advertirnos del temido “bombo”); de nuestros familiares o amigos cercanos (de los que, tristemente, demuestran las estadísticas que provienen la mayor parte de abusos y violaciones); de la televisión (la que nos vende un sexo idealizado entre personas bellas); de nuestros amigos (los que saben menos o tanto que nosotros, pero disimulan y nos hablan como expertos). Y hoy por hoy seguimos aprendiendo.

Es esta la cara consecuencia que pagamos, sobre todo nosotras, pero también ellos, por nuestra ignorancia. Me indigna que no se empleen medios para solventar este fatídico error desde su origen, la educación. Y quiero poner el mundo al revés para cuestionarnos todo lo que hemos aprendido sin que nos lo hayan querido enseñar, convirtiendo lo mundano en extraño y lo diferente en mundanal, ¿y si los juzgados y condenados, apaleados y asesinados fueran los heterosexuales por sentirse atraídos por personas del sexo opuesto? ¿Y si practicar sexo por pura reproducción, sin placer, estuviera mal visto? ¿Y si se considerara que no hay una edad ni un género para hablar abiertamente de sexo, sino que todas las edades y las personas son válidas para hacerlo? ¿Y si nos alegráramos de que nuestros hijos e hijas disfrutaran del sexo? ¿Y si se hiciera el amor todos los días porque es bueno para la salud? ¿Y si la demostración de amor al casarnos fuera elegirnos por ese justo instante, porque entendemos que no podemos jurar que lo haremos para toda la vida? ¿Qué pasaría entonces?

Puede que entonces en el sexo, dejemos de ser lo que nuestros padres fueron, y demos a nuestros hijos la oportunidad de ser lo que nosotros quisimos. Tal vez así la consecuencia no sea tan cara.

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