Comenzar cualquier cosa es difícil, necesita romper, iniciar un movimiento, perder el equilibrio de la simetría.

Llenar el blanco, encontrar el sentido de lo que se va a contar es siempre un camino incierto, por eso, en general, las personas buscan apoyo en lo que ya está realizado, “constatado” por una supuesta “aceptación de los demás”, que nos permita reducir el riesgo.
¿Se imaginan cuánto hubiéramos desarrollado como especie, si nos atuviéramos al miedo y la seguridad de solo lo conocido?

Existe una fundamental diferencia entre seguir una moda y crearla, como existe esta misma diferencia entre tener “buen gusto” y proponer una propia estética. Lo primero siempre está basado en aquellos patrones ya existentes y aceptados y lo segundo siempre y necesariamente no cuenta con lo primero.

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Cuando joven, buscando conocer pintores, me entrevisto con Camilo Mori y me cuenta que en verdad el quería ser violinista y después de vanos intentos, se entregó, aceptando que su labor era ser pintor. Yo también comparto esa pasión por la música, con la pequeña diferencia que no llego siquiera a poner bien los dedos sobre una cuerda, ni hablar de cantar ni bailar, ¡¡¡qué asco de vida!!!

En lo de bailar es como la propia estética… al parecer… no cumplo los cánones conocidos, comúnmente, como buen ritmo y esas cosas, siempre me ha costado aprender el mismo paso que los demás. Parece que amamos lo que no somos.

Hablando con mi hija Paz, en mis vanos intentos para comprender el hacer de las mujeres, me dice: Papá, lo que sucede es que ustedes, los hombres, solo saben hacer una cosa a la vez, en cambio, nosotras mientras hacemos una, estamos pensando en 499 más. Y yo que no logro romper con mi condición le pregunto; ¿y de las 499 cuántas sirven? Ay Papá, no ves que no entiendes nada.

Me gusta saber de la historia de mujeres que fueron capaces, a pesar de las dificultades enormes como catedrales, de desarrollar sus pasiones. Y me gustaría más, si cuando se enseña, se presentara toda esta historia paralela para completar la que conocemos, que la de los hombres ya la sé.

¿Han escuchado a Beth Hart y Joe Bonamassa?
Recuerdo que en mi primer viaje a Madrid vi una figura en barro de una mujer desnuda sentada al sol, fue un golpe tremendo, de amor, de emoción. Tuve la certeza que si existía la posibilidad de robarla, lo hubiese hecho. Me pasó nuevamente en París con un desnudo de Modigliani y hasta pensé en convertirme en ladrón de arte, si no podía ser músico, podría ser ladrón o pintor.

O como dijo Picasso:

«Los malos artistas copian, los buenos roban».

P.D. necesaria: La epidemia de ladrones que sufrimos hoy no son artistas, solo ladrones y de los peores, porque se esconden en el poder concedido.
Existe Pancha, perrita pequeña ya vieja, casi sorda, casi ciega, que no perdona su comida diaria, con unas ganas de vida de esas para aprender.

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