La caricia del poeta, Alberto Cortez, hecha canción abraza al Guimerá

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La caricia del poeta, Alberto Cortez, hecha canción abraza al Guimerá

 

El pasado 8 de abril, el teatro Guimerá se vistió de Pampa argentina para acoger en su seno al maestro, Alberto Cortez. La lluvia no fue impedimento alguno para que el cantautor argentino sintiese el caluroso abrazo de un público ávido de poesía hecha canción.

 

El festival Mar Abierto fue el causante del aterrizaje de Cortez en el corazón de Tenerife, haciendo que el poeta se reencontrase con el paraíso transformado en el clamor de los aplausos recurrentes ante tanta grandeza.

Puntual a su cita y con su muleta como apoyo neurálgico, el cantautor de las cosas simples hizo entrada triunfal con la humildad que caracteriza a los grandes. Pidiendo disculpas a los presentes por tener que cantar sentado y con el sonido de las teclas de un piano, sublimemente tocado por Fernando Badía, como único acompañante, Cortez empezó su repertorio de recuerdos de nostalgias inolvidables.

Interactuando con su público, constantemente, el maestro dio un repaso a su extensa discografía sin prisa, dejando hacer a su voz y manteniendo intacto el sentimiento. Canciones como «Distancia», «Canción a Lupita», «En un rincón del alma», «Te llegará una rosa cada día», «A partir de mañana», «A ti» y, entre tantas canciones, la que nunca le hubiese gustado escribir, «La vejez». Al maestro no le gusta oír hablar de edad, ni del paso del tiempo ni mucho menos de esa conjunción verbal tan difícil de aceptar, retirarse. Un maestro siempre morirá con las botas puestas.

Entre canción y canción, las pausas fueron la excusa para dar rienda suelta a la verborrea del poeta, recuerdos a Machado, a Casals, a Picasso y a Miguel Hernández fueron la nostalgia de Cortez, que pareciera no asumir que la dama de la guadaña no conoce de verbos ni de sustantivos a la hora de dar un paseo por las nubes con su acompañante de turno.

El maestro Cortez, con una energía inagotable, solo hizo un parón para dejar que un pequeño golpe de tos fluyese por su garganta para, de ese modo, poder seguir dando rienda suelta a su arte que, por mucho que algunos quieran dar por finiquitado, es inagotable.

Con el amargo sabor de boca que siempre tienen las despedidas y pese a la pena por la ausencia de dos grandes temas como lo son «Castillos en el aire» y «Cuando un amigo se va», Alberto Cortez se despedía de su público chicharrero con el Guimerá haciendo la reverencia ante tanto talento y dejando claro que el poeta del amor y del saber tiene poesía y cuerda para rato.

El teatro Guimerá sintió el abrazo del eterno poeta hecho canción.

Por Ale Hernández

Agradecimientos: Arte y Valle Producciones

 

 

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