¿Cuántas veces habremos repetido la mítica frase “¡mira que me lo dijo mi madre!”.

    Yo creo que la mayoría coincidimos en recordar continuas discusiones con ellas, sobre todo, las que hemos vivido la adolescencia con algo de rebeldía. Parecía que tenía un poder secreto porque se enteraba absolutamente de todo. ¡Pero no solo eso!, es que encima, ¡pasaba todo lo que ella decía! ¡Era como una vidente! Seguramente muchas, al igual que yo, habrán sentido incluso rabia con tanta norma y tanto límite que no llegábamos a entender. Queríamos ser mayores y ¡No nos dejaban! Queríamos libertad pero siempre cuando rozábamos lo mejor, ¡Zass!, tiraban de la cuerdita y nos hacían volver a nuestro sitio. “¡Que ganas de ser mayor y hacer lo que me de la gana!”…

    Y las vueltas que da la vida que, ahora que soy mayor y, también madre, agradezco todas esas normas, frenadas en seco, discusiones y castigos que me puso. Gracias a eso, me ahorré muchísimas caídas, evité caminos que no me iban a llevar a buen puerto. Gracias a ella, me emborraché en valores y principios que son los que me mueven a día de hoy. Ahora, he descubierto ese poder que ella tenía. “El poder de Super-mamá”, ese poder que tan sólo con mirar a tu hijo/a ya sabes lo que está pensando. Ese sexto sentido que desarrollamos y que muchas veces nos ponen en alerta “adivinando” que algo no va bien. Y es que el amor de madre no es cualquier amor. Es un amor, normalmente, incondicional. Que te apoyará cuando todo el mundo deje de hacerlo. Resistirá por muy fuerte que sea la tormenta y siempre, agarrándote de la mano para atravesarla juntas aunque muchas veces, tenga incluso que arrastrarte. Mirará por ti antes que por ella misma y es que es un amor a prueba de bomba.

    Felicidades a todas esas madres, porque lo cierto es que ser madre no es sencillo y quizás, educar a nuestros hijos correctamente, sea el trabajo con mayor responsabilidad que tengamos a lo largo de la vida. Educar en cariño, respeto y valores. Educar para que defiendan sus principios y sus ideas. Educar en empatía. Educar para que siempre luchen por el éxito pero sin olvidar la posibilidad de fracaso. Educar para levantarse tras la caída. Educar no para ser perfectos sino, para ser felices. “GRACIAS Y FELICIDADES MAMÁ”

    Y es que, que gran papel el de la madre que hasta Dios, quiso una”

    Por: Tamara de la Rosa – Re-invéntate

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