Parece que las familias van evolucionando de tal forma que los hijos se están convirtiendo en el centro de las mismas. En ebullición y para dar sentido a este estilo, encontramos el concepto de hiperpaternidad. Eva Millet, periodista, en su libro que lleva el título de este concepto, nos describe este tipo de crianza como la disposición de los padres a darle todo a sus hijos, donde las decisiones las toman los propios padres anticipándose a los propios deseos de sus hijos y resolviendo todos sus problemas. Estos padres se amparan y enorgullecen de un cuidado excesivo y sobreprotector para con sus hijos, como si de padres helicópteros se trataran.

Vivimos con la presión de ser el mejor, por destacar sobre el resto, por puntuar por encima, por tener reconocimiento… y a ello equiparamos la felicidad y lo extrapolamos a nuestros hijos. Dispersamos su atención llenando de actividades sus agendas para estimularlos precozmente y desviamos la verdadera fortaleza y destreza intrínseca que cada uno lleva consigo mismo.

El aburrimiento es necesario para formar a las personas. El tiempo no estructurado es necesario para conocer el mundo interior y exterior, para dar paso a la creatividad, para imaginar, inventar y crear. La próxima vez que tu hijo te diga que está aburrido, quizás no sepa qué hacer con el tiempo libre, quizás no le has dado la oportunidad de saberlo. No le resuelvas qué hacer, que él genere la solución, fomentemos el pensamiento alternativo. Practiquemos una sana desatención para con ellos. Llevamos a cabo un modelo educativo agotador y estresante, ¿no te apetece mirar a otro lado de vez en cuando? No pasa nada, puedes hacerlo y encima contribuirás a generar autonomía y fortaleza en tu hijo. ¿Increíble, no? Una sana desatención ayudará a tu hijo en la gestión de sus sentimientos, de su vida, de su tiempo… todo serán ventajas.

Somos hiperpadres cuando le llevamos la mochila del cole porque pesa mucho o vuelve cansado, cuando engrandecemos su narcicismo recordándole su belleza exterior, cuando le preguntamos qué le apetece comer para no arriesgarnos a que no cene, cuando le ayudamos a vestirse y le cepillamos los dientes porque está aprendiendo y no lo hace bien, cuando nos convertimos en su chófer para que no vaya en la guagua, cuando le dejamos que interrumpa las conversaciones de los adultos para saciar su necesidad de atención, cuando solo reforzamos las buenas notas y las malas son tabú en casa y motivo de enfado, cuando se cae al suelo y ponemos el grito en el cielo, cuando generamos inseguridad y miedos… Somos hiperpadres cuando estamos siempre y no le permitimos tomar decisiones y errar.

 

Silvia V. García Gómez
Psicóloga nºcol T-1545
www.hebepsicologia.com

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