A 47 metros: entretenimiento previsible y simplón
Johannes Roberts decepciona con un filme cargado de tontería submarina
Parece mentira, pero han pasado ya más de 40 años desde que en 1975 un jovencísimo Steven Spielberg le diera vida a ese gran tiburón blanco que atacaba a los bañistas en una tranquila playa del Este de Estados Unidos. Tiburón, con su realismo y genialidad, fue un taquillazo mundial que consiguió rebosar las salas de cine. Hoy en día es una pieza imprescindible para los amantes del terror submarino. Ninguna película de escualos ha sido capaz de quitarle el puesto. El verano pasado lo intentó Jaume-Collet Serra con Infierno azul, un thriller protagonizado por Blake Lively, y que, pese a su buena acogida, se quedó a medio camino. Parece que este año la cosa no mejora.
A 47 metros, dirigida por el inglés Johannes Roberts (Al otro lado de la puerta, 2016), relata la historia de dos hermanas que viajan a México de vacaciones: Lisa, interpretada por Mandy Moore, -a la que hemos visto protagonizar importantes papeles en rodajes como Princesa por sorpresa (2001) o Un paseo para recordar (2002)-, y Kate (Claire Holt), más conocida como la sirena rubia de H2O, o por sus intervenciones en Crónicas Vampíricas y The Originals. Durante su estancia en el país azteca, Lisa y Kate conocen a dos amigos, Louis (Yani Gellman) y Javier (Chris J. Jhonson), quienes les presentan la oportunidad de sumergirse en alta mar para contemplar tiburones blancos. A pesar de las reticencias de Lisa -la hermana “aburrida”- ante la idea de encerrarse en una jaula bajo el mar y enfrentarse al depredador marino más temido, Kate consigue convencerla y, sin saberlo, toman la que será la peor decisión de sus vidas.
Si bien la historia encierra fácilmente a las protagonistas a 47 metros bajo el mar, falla a la hora de atrapar al propio espectador dentro de la trama. Desde el primer momento, la cinta denota un argumento sencillo, demasiado fácil de comprender y que termina aportando una sensación de fantasía barata: dos hermanas jóvenes, en busca de diversión, se fían de unos desconocidos para realizar una actividad acuática de riesgo. ¿El resultado? Unos diálogos poco creíbles que no hacen más que girar alrededor de los tópicos del cine de terror. Ni siquiera se salvan las conversaciones en los momentos más álgidos, que se basan en intercambios evidentes y facilones. Y, por si fuera poco, la torpeza de las protagonistas desde que suben a bordo del barco del capitán Taylor (Matthew Modine) no pasa desapercibida.
Pese a todo ello, hay que admitir que la hora y media que dura la película se hace llevadera, especialmente gracias a la fotografía de la mano de Mark Silk, que retrata imágenes sugerentes y coloridas de los protagonistas y de la costa mexicana. Además, la mayoría de la cinta está rodada en el agua, lo cual nos regala atractivos fotogramas de las profundidades marinas. Esta producción se salva gracias a los momentos de angustia generados por las secuencias que ayudan a enganchar al espectador.
En definitiva, la película entretiene, pues no deja de ser un relato de aventuras marinas en el que dos chicas luchan a contrarreloj por su supervivencia. Pero ya está. Roberts parece haber convertido lo que debería de haber sido un thriller en toda regla, en una comedia artificial de pasatiempo asequible.
Por: Julia B. Cervera
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