Rosa Delia era, básicamente, una gran persona, con una humildad y bondad desbordante. Era este el envoltorio que conformaba su impactante personalidad, y todo ello se reflejaba tanto en su faceta personal como en su destacada y excelente labor profesional, llena de éxitos y reconocimientos por parte de todas aquellas personas que tuvieron el privilegio de trabajar con ella y de aprender de ella. Su trabajo fue también parte de su felicidad y se le veía en su rostro; en su permanente sonrisa, siempre.
Si la excelencia la cultivó en su trabajo, fue, más aún si cabe, excelente en su vida personal, dónde se convirtió en el timón de sus hijos, su marido, madre y de todas sus hermanas, los cuales la miraban, admiraban y querían profundamente. Su mayor orgullo era su familia, a la que quiso con absoluta generosidad y de manera ejemplar, dando, ayudando y consiguiendo todo aquello que le pedían o quería dar.
Su optimismo y positividad eran contagiosos y a su lado era difícil caer, no solo por su celebre frase “lo que ocurre conviene”, que amortiguaba mágicamente “el golpe”, si no también porque ella siempre estaba allí para ayudar a todo el que la necesitara.
Fue sorprendente la infinidad de testimonios que su familia recibió emocionada en este sentido. Fue un GRAN LUJO de persona. Fue Grande, muy grande y colmó el alma de todos los que la disfrutaron para siempre.