Te sentirás libre, te sentirás bien

Aunque los anuncios prometen libertad, ligereza y sonrisas, la menstruación real está lejos de esa imagen edulcorada. En este texto, desmontamos ese relato y caminamos con los pies bien puestos en la realidad.

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La menstruación real no se parece a lo que muestra la publicidad.

No tengo la fortuna de conocer a ninguna mujer que vuele, y eso que conozco a muchas. Y es que una tiene ya edad para haberse tropezado con alguna. Sí que es verdad que hay mujeres de altos vuelos, eso nadie lo duda, pero todas ellas utilizan algún medio de transporte para moverse por la vida, pues lo de las alas no suele generar mucha confianza y, si no, que se lo digan al pobre Ícaro, que terminó su ansiado viaje aéreo casi antes de empezarlo.

Por eso no entiendo ciertos anuncios que se empeñan en mostrar a mujeres que se mueven como si su cuerpo fuera etéreo, como si estuvieran hechas de aire, como si en lugar de caminar flotaran y la vida fuera solo eso: andar sobre una superficie que siempre es líquida y que no hace daño.

Además, en esos anuncios el mundo femenino es suave y de colores, como si la vida fuera un arcoíris en el que el gris no existe y solo hay rosas y verdes y azules diáfanos, sin manchas que ultrajen la claridad de estos colores puros.

Por este motivo —y he aquí la sabiduría publicitaria—, todos los meses, cuando cada una de esas mujeres volátiles recibe la visita de la menstruación como si de la “más mejor” amiga se tratara, hay que abrir la puerta sonriendo, porque toca la hora de bailar y de hacer el pino y hasta la voltereta.

Y es que cuando la “más mejor” amiga llega, todo es maravilloso y nos volvemos más guapas, más ligeras y más flexibles, o eso dicen los anuncios.

Vaya por delante mi agradecimiento al invento prodigioso que, en la España de 1925 (este año estamos de cumpleaños), revolucionó con gran fortuna la higiene femenina. Menos mal, porque no se trataba de un invento cualquiera. No. Hace algo más de cien años, alguien decidió hacernos la vida más fácil inventando las compresas desechables.

Pero la cosa no se quedó ahí: un invento trajo otro y la compresa se convirtió en un cilindro de algodón al que llamaron tampón, haciéndonos la vida aún más cómoda. Y este tampón se volvió copa. Así que aprovecho para exclamar un «Oleee» —así, en mayúscula y con acento en la o— por las empresas que crearon y promovieron estos productos, pensando en las necesidades de esta mitad de la población mundial que, todo sea dicho de paso, nos convertimos en clientas fieles a lo largo de gran parte de nuestras vidas.

No nos equivocamos si afirmamos que lo de la fidelidad es cosa segura, aunque las mujeres aún sigamos en tierra y no hayamos conseguido subir a las alturas. Y es que, a pesar de tener clara la importancia vital de estos inventos —y volviendo al quid de la cuestión—, lo que no consigo entender es el tono que utilizan estos anuncios. Como si esos días del mes fueran especialmente divertidos y felices. Y ay, qué bien que viniste justo hoy y justo ahora que iba a salir; ay, qué bien, porque no pasa nada, porque no veo la hora de que llegues para sentirme más ligera y estupenda en este día rojo en el que, sin embargo, para muchas mujeres todo pesa y, a lo mejor, duele. O no. Pero a lo mejor, sí.

Y entonces, cada una será libre de hacer lo que le dé la gana, aunque no vuele, ni baile, ni levite, aunque deteste el halo naíf de esos anuncios de colores que parecen hablar desde la ingenuidad y el diminutivo —pobrecitas—, y eso, a estas alturas del cuento… Madre mía.

Parece mentira. Apagas la tele y obvias el Instagram porque tú sabes muy bien que esas mujeres flotantes no existen. Las mujeres caminan, con o sin regla-s —que esta opción también es larga y da para otro artículo—, caminan como si nada, porque es lo que toca. Porque lo de bailar lo dejamos para después, que hoy hace mucho calor y no apetece.

Así que lo que quieran esas mujeres estará bien, porque son ellas quienes deciden qué pasa hoy en este día rojo. Y es a esas mujeres-chicas-niñas a las que deben dirigirse estos anuncios, a esas mujeres que no tienen alas sino pies, a esas que se atreven con cualquier invento, a las que se sienten seguras aunque no lo sepan. Porque, a veces, hay cosas que ni las notas ni se notan.

 

Por: Mari Nieves Pérez Cejas

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