Canarias no puede seguir mirando hacia otro lado. En las últimas dos semanas, el machismo ha vuelto a cobrar dos vidas en nuestra tierra, dejando tras de sí un vacío imposible de llenar y un clamor silencioso que exige respuestas urgentes. En Arona, una joven de 28 años fue asesinada por su propio padre, un hombre con antecedentes y bajo dispositivo telemático. Él quiso acabar también con la vida de su expareja y su hija, pero solo pudo acabar con la de la joven. En Las Palmas, unos días después, una mujer perdió la vida en un presunto crimen machista que terminó con el agresor quitándose la suya propia. Dos tragedias diferentes, pero un mismo dolor.
Estos casos desgarradores no solo nos conmueven, nos enfrentan a una verdad incómoda. Los sistemas que deberían protegerlas fallaron cuando más se les necesitaba. Un dispositivo telemático, denuncias previas, y aun así, la violencia encontró la manera de imponerse. ¿Cuántas veces más debemos confiar en mecanismos que no actúan con la rapidez necesaria? ¿Cuántas mujeres tienen que perder la vida para que se tomen medidas de verdad?
El verano, que muchos esperan como un tiempo de descanso y alegría, se convierte para otras en una trampa donde la violencia se intensifica. No es casualidad que en lo que va de año ya sumemos tres feminicidios confirmados en Canarias, y que España viva un repunte alarmante de asesinatos machistas. Las instituciones se limitan a condenas públicas y minutos de silencio, gestos simbólicos que no bastan frente a la urgencia de proteger vidas.
La realidad es que nuestros juzgados y servicios están al límite. La nueva Ley de Eficiencia Judicial amenaza con empeorar la atención a las víctimas justo cuando más recursos se necesitan. Sin juzgados especializados suficientes, sin un personal formado y comprometido, sin un seguimiento efectivo de los dispositivos de control, la violencia machista seguirá ganando terreno.
No podemos seguir permitiendo que esta emergencia social se convierta en una noticia más, en una cifra que pasa y se olvida. Detrás de cada muerte hay una familia rota, una comunidad que se queda sin voz y un futuro que se apaga. Por eso, más allá de las palabras, exigimos acciones contundentes: juzgados ágiles, atención inmediata y especializada, campañas continuas de prevención y un compromiso real de todas las instituciones.
Canarias merece vivir sin miedo. Cada vida arrebatada nos recuerda que todavía queda mucho por hacer. Desde esta publicación, nuestro compromiso es claro y firme: no dejaremos de levantar la voz para exigir que ninguna mujer más pague con su vida la ausencia de respuestas eficaces. Ya no caben silencios ni excusas.